Cuando Dios restaura a alguien, sea una familia, un matrimonio, una
persona, lo que Él restaura siempre se mejora, crece, se multiplica y,
sobre todo, supera el estado de "arreglado".
Cuando Dios restaura mejora el estado anterior.
En el Nuevo Testamento restaurar se utiliza para dar la idea
de algo dañado o roto que puede volver a usarse para lo cual fue
diseñado; pensémoslo en relación con el pasaje de Mateo 4:21 que habla
de las redes rotas.
Una red rota no es útil para pescar, y restaurarlas significa que
vuelven a ser de utilidad para la pesca. Para nosotros, ser restaurados
implica que volvemos a ser de utilidad en el cuerpo de Cristo.
Solemos decir: "úsame, Señor, úsame para tu Reino, úsame para
tu Iglesia." Y el Señor dice,: "pero así, roto, sin restaurar, no sos
útil, debes restaurarte, arregla esa red, y después volverás a ser útil
en mi servicio.
Cuando llegamos al Señor siempre lo hacemos llenos de barro, si nos arrepentimos, somos perdonados y comenzamos una vida nueva.
Luego viene el perfeccionamiento, que no es hecho por
nosotros... ni es a fuerza de obra humana sino por gracia; la gracia de
Dios.
Dice en Filipenses 1:6, que: "El que comenzó en ustedes la buena obra
la perfeccionara hasta el día de Jesucristo". Jesús va a perfeccionar
esto que inició en nosotros el día que llegamos a Él.
La palabra dice que la perfeccionará, o sea que va a llevar
un tiempo. No dice inició la buena obra y ya está todo perfecto. No es
así; la palabra nos enseña que
vamos siendo perfeccionados en un tiempo que, sin duda, es Su tiempo.
Cuando nos convertimos a Jesucristo, vamos renunciando a ciertas
cosas que no sabíamos que al Señor no le agradaban; renunciamos a
confiar en las prácticas de curar el empacho, tirar el cuerito, y a
todas esas cosas que el Señor abomina.
Pero, qué sucede con las conductas o sentimientos que no
podemos controlar, que quisiéramos deponer, pero que no podemos cambiar
como: la ira, la agresión, los malos pensamientos, el estancamiento
espiritual, el autoritarismo, la amargura, las respuestas agresivas u
ofensivas, y otros tantos desatinos.
Quisiéramos renunciar a esta clase de actitudes y cambiar, pero no
pasa nada; entonces nos preguntamos ¿qué está pasando conmigo? ¿de dónde
provienen estas reacciones? ¿habrá alguna causa que me provoque actuar
así?
Yo quiero agradar a Dios, quiero, realmente, poder tener una
vida nueva con mi familia,… pero sigo enojándome, sigo sintiendo ira,
digo palabras que luego lamento haber dicho, y entonces pregunto: ¿qué
pasa, Señor, conmigo?
El Señor nos da una clave en el Salmo 19.12: ¿Quién esta conciente de
sus propios errores? Perdóname aquellos de los que no estoy conciente.
Podemos hacerle este tipo de preguntas al Señor, podemos
pedirle estas cosas al Espíritu Santo de esta manera: "Señor, no puedo
entender por qué cometo estos errores. Yo no lo sé, el Espíritu de Dios
lo sabe. Líbrame de lo que yo no conozco. Ilumina, Espíritu Santo,
porque yo no sé lo que pasa, pero quiero ser librado de lo que a Ti no
te agrada".
Debemos encontrar esas cosas misteriosas a las cuales tememos, y no
obstante están en nuestro corazón. Debemos llegar de la mano del
Espíritu Santo, porque es mejor hacer este recorrido con EL que ir
solos.
Podemos ver cristianos que no están en pecado, que son obedientes a Dios y le aman sinceramente, pero se sienten mal.
Pasan mucho tiempo en estado de angustia o tienen temores,..
ansiedad, problemas de relación en su familia: con los hijos o con los
esposos; problemas de relación en los trabajos, problemas de relación en
la Iglesia y entonces, ¿qué pasa?, ¿son cristianos, son obedientes,
pero qué sucede? Sucede que hay sufrimientos y heridas que no los toca
la conversión.
Con el primer paso de la conversión no es suficiente; hay
heridas profundas, sentimientos que necesitan una curación especial por
parte del Espíritu.
Algunos dicen: "Bueno, si usted sigue así, y todavía está
triste y no anda bien su vida, será porque no ora lo suficiente, ore
más, tiene que hacer más oraciones".
En fin, alabado sea el Señor si podemos orar más, pero con orar más, tampoco alcanza.
Otros dicen: "Lo que pasa es que usted no tiene fe, por eso las cosas no le van bien, tiene una fe muy débil".
O peor aún, se les crean demonios por todos lados: demonio de
tristeza, demonio de angustia, demonio de depresión, y esto provoca
mayor desilusión, porque no pueden entender los errores ocultos, se
sienten aún más afligidos, terminan creyendo que realmente no están
orando bien o que están poseídos.
Hay una enorme cantidad de personas que aman al Señor, que
conocen las Escrituras y, no obstante, no pueden evitar aquello que
hacen, dicen o piensan, como mentir,… tener ataques de ira o ser muy
críticos de los demás.
Pablo en Romano 7:15 expresa claramente esta situación cuando
dice: "No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo
que aborrezco".
"Yo no quería tratar a mis hijos de la misma manera que lo hicieron conmigo... Es algo que aborrezco, pero lo hago".
"Yo no quiero para mi matrimonio la misma relación que
tuvieron mis padres, pero no entiendo por qué razón voy en camino a
hacer exactamente lo mismo". Estas son algunas expresiones de este
fenómeno que parece incontrolable e inexplicable.
Romanos resume esto que a veces les sucede a las personas,
que no entienden por qué siguen viviendo cosas desagradables y siguen
sintiendo emociones que no les gustaría sentir; por qué no se pueden
llevar bien con los demás; por qué no pueden tratar mejor a las
personas; por qué viven en un estado de ansiedad permanente.
Pero hay Buenas Nuevas. El Espíritu Santo es capaz de develar
esta situación, si se le permite llegar al interior, a los recuerdos, a
las emociones sin oponer resistencia.
Tiene que llegar a su interior, tiene que tocar sus recuerdos, tiene que alcanzar sus emociones.
Si las heridas del alma no reciben tratamiento adecuado, se
infectan, se inflaman, provocan más dolor; enferman el espíritu,
contaminan al resto, se dispersan y contagian a otros.
Una restauración se produce luego de una -a veces dolorosa- remoción.
Hay que estar dispuesto y dejar que Dios remueva lo que infecta nuestra vida.
Tantas veces una muela –cuya raíz está infectada- tiene como
solución la vía "incomoda" de ser extirpada para que no vuelva a
molestar ni a contaminar al resto.
Es cierto que, por temor al "tirón" o al hecho mismo de perder la muela, buscamos paliativos que son soluciones momentáneas.
En lo espiritual, esos paliativos suelen ser actos de
religiosidad o sobre esfuerzos o "buenas obras" que puedan compensar lo
que "hacemos y no entendemos".
Las heridas del corazón no hay que taparlas, tenemos un Dios que no nos avergüenza.
Delante de Dios podemos poner todo tal cual está, pero lo que
no hay que hacer es tratar de tapar, decir: "Bueno, yo siento esto pero
no, mejor dejémoslo. No hablemos del asunto. Prefiero no hablar. Esto
es horrible. Mejor no acordarse".
Cuando una persona puede recordar en paz, cualquier cosa que
le haya pasado en su vida, aún lo desagradable, es porque ha recibido
sanidad, porque ha podido perdonar, porque está en paz.
Pero cuando alguien, para poder hablar de su vida, de su
historia, tiene que dejar espacios en blanco que son innombrables, que
son "irrecordables", es porque ahí algo pasó.
Y hay que llegar con el Espíritu Santo para que nuestra vida,
nuestra historia sea tal, que podamos asumirla; podamos saber que hemos
sido de determinada manera, que hemos conocido al Señor, que hemos
tenido una familia en la que nacimos, que nos ha pasado tal o cual cosa.
Si no podemos dar testimonio de que, aunque hayamos sufrido,
el Señor nos permite tener paz en nuestra vida, no le estamos siendo
útil al cuerpo de Cristo.
Si vamos al médico porque tenemos una infección en el oído o
en la garganta, es muy probable que el médico nos dé un antibiótico y
diga: "Usted debe cumplir con el tratamiento. No se trata de que tome
una pastilla y ya está curado. Puede llevar siete o diez días de
antibióticos, no los interrumpa, para que pueda ser sanado".
Esta clase de curación es la del Espíritu Santo.
Nos dice: "Llegaste a mí, con esta herida, empecé a tratarla,
deja que siga tratando, no huyas, no la tapes, con el solo hecho de que
yo haya empezado a tratar esta parte de tu vida o este recuerdo, no
quiere decir que ya estés sanado. Vas a iniciar un proceso en el cual yo
te voy a ir sanando."
Pero por lo general, todos actuamos ansiosamente y queremos
¡ya!, ¡rápido!, ¡ahora!, una solución inmediata, un píldora y, sin más
trámite, estar bien. Una oración y me sanaron de las heridas de toda mi
vida.
Y el Espíritu Santo dice que él nos perfeccionará. La Sanidad
Interior va a actuar gradualmente, la obra de sanidad que Dios hace en
la vida de sus hijos es un proceso.
Hay que esperar. A veces no es fácil, pero hay que esperar. Dejar que el Señor haga su obra.
Muchas personas no dejan que Dios sea Dios.
Le voy a compartir algo que pasa muy frecuentemente por si a
usted también le ocurre. Es muy común que los padres tengan luchas con
los hijos; en la consejería pastoral le sugerimos a los padres que
entreguen ese hijo al Espíritu Santo, que lo pongan en las manos del
Señor y oren por él cada día:
"Señor, te dejo obrar en esto que yo no puedo. No puedo
manejar lo que está haciendo mi hijo. Señor te lo doy. No quiero estar
ansioso sobre él todo el día preguntándole qué hizo, con quién estuvo,
dónde estuvo, qué pasó, por eso, te lo entrego a ti."
Es cierto que hay hijos que están comprometidos con cosas
peligrosas, pero los padres deben día a día librar la batalla espiritual
en oración y dejar que el Señor los cuide.
Sin embargo, esto no parece ser un trámite sencillo. A veces,
los papás y las mamás no terminan de confiarle sus hijos al Señor y
quieren estar controlándolo todo.
Hace un tiempo atrás hablaba con la madre de una joven que
había estado con una depresión muy grave. Por mucho tiempo recibió
tratamiento, y por supuesto, fue sanada; el cuadro grave de la depresión
había pasado, pero cada vez que esta joven suspira o se entristece por
algo, su mamá se pone tan ansiosa y tiene tanto miedo de que vuelva a
enfermar, que quiere controlar cada gesto de su hija.
Esta actitud de la madre es totalmente contraproducente para
la joven, la hace sentir insegura y termina deprimiéndose.
En confianza, pude preguntarle a esta mamá, que era una fiel
cristiana, cuándo le iba a entregar su hija al Espíritu Santo y cuándo
iba a dejar de controlarla para que la controlara Él.
Y ella me respondió: "Tantas veces se la di". Si tantas veces
tuvo que dar a su hija al control del Espíritu Santo, quiere decir que
muy convencida no lo hizo ninguna.
La cuestión aquí es si controla Él o controla usted. Él tiene el control o lo tiene usted.
Lo deja obrar a Él o usted se mete en el medio con su
ansiedad, intentando hacer algo que no ha podido lograr en bastante
tiempo.
Si le pidió a Dios por su hijo y se lo entregó a Él, déjelo
que Él actúe. A veces nos ponemos tan ansiosos que no dejamos que el
Espíritu Santo cumpla su obra. A veces nos ponemos en el medio y
entorpecemos las cosas, porque estamos siempre apurados, queremos ver
ese resultado ya, y esto habla de una confianza floja en el Señor.
Jairo llamó a Jesús, recurrió a Él, y dejó que Él obrara.
Jairo era un padre que tenía confianza, que tenía fe en el Señor, y no
se metió en el medio a decirle a Jesús nada sobre lo que pasaba.
En cambio, dejó obrar a Jesús, y su hija fue restaurada. Esta
es la actitud que nos pide el Espíritu Santo. Una vez que Dios inicia
la obra en su vida o en la de un ser querido, debe dejarlo obrar a Él.
Hasta aquí cargó con esto, y no pudo solucionarlo. Ahora déjelo obrar a Dios. Deje que Él sea Dios.

No hay comentarios:
Publicar un comentario