1 Samuel 15 - 17 y 1 Timoteo 1 - 2
Pero el Señor dijo a Samuel: No mires a su
apariencia, ni a lo alto de su estatura, porque lo he desechado; porque
Dios no ve como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia
exterior, pero el Señor mira el corazón. (1 Samuel 16:7)
Cuando alguien tiene “dedos para el piano”, como dicen por
allí, es porque ha demostrado que tiene potencial. Este potencial tiene
que ver con cualidades que están latentes o despertando, y que tendrán
visos de superioridad en el mediano y largo plazo. Solo algunos pocos
tienen esta capacidad especial de poder ver hacia el futuro observando
las cualidades presentes de un deportista adolescente, de un joven
músico o de un futuro científico.Pero también es cierto que, en más de una oportunidad, una observación inadecuada ha dejado sin espacio a jóvenes valores, que tuvieron que tocar muchas puertas antes de ser descubiertos; y a muchos otros cuya genialidad ha sido reconocida aun después de sus muertes. Bien dice el dicho que uno es absurdo por lo que busca, pero grande por lo que encuentra. Justamente, la incomprensión temprana ha sido una de las más grandes quejas de muchos que llegaron a ser luminares en medio de la humanidad. Una visión superficial de las cosas es como una densa neblina que nos impide ver el potencial de las personas.
Por ejemplo, ¿Quién podría imaginar que Napoleón llegaría a ser un genio militar y político? Una observación superficial nos mostraría a un joven que entró a la Escuela Militar con influencias, que sólo medía un metro cincuenta y tres, y que egresó en el cuadragésimo tercer lugar de su promoción. ¿Quién podía pensar que Albert Einstein llegaría a cambiar la historia de la ciencia moderna? Una observación superficial nos mostraría a un joven de 26 años de la Oficina Suiza de Patentes que con una aparente arrogancia cuestionó la física newtoniana con su Teoría de la Relatividad. Cuando la publicó, todo el mundo científico guardó absoluto silencio. Tuvieron que pasar muchos años antes que lo absurdo se convirtiera en grandeza.
Las cosas en el nuevo reino de Israel no iban muy bien. Saúl no lograba despegar y consolidar su reinado debido a su carácter díscolo que acarreaba muchos errores y disputas. La última vez que Samuel vio a Saúl cuestionó profundamente sus actos con estas palabras: “¿Se complace el Señor tanto en holocaustos y sacrificios como en la obediencia a la voz del Señor? Entiende, el obedecer es mejor que un sacrificio, y el prestar atención, que la grasa de los carneros. Porque la rebelión es como el pecado de adivinación, y la desobediencia, como la iniquidad e idolatría. Por cuanto tú has desechado la palabra del Señor, Él también te ha desechado para que no seas rey” (1 Sam. 15:22-23). Cuando Saúl fue elegido solo se le observó superficialmente, de tal modo, que todo su potencial descansaba en la pinta de rey que tenía. Alto y hermoso parecían ser las dos únicas cualidades que se necesitaban, pero la obediencia, la lealtad, la valentía, la docilidad y la comprensión no eran cosas que podían suplirse sólo con el aspecto físico.
Las cosas no podían seguir así. Samuel lloraba a Saúl y nunca más lo volvió a ver, perdiendo el rey a su más conspicuo consejero. Sin embargo, el Señor tenía ya en mente no un hombre conforme a lo que la gente deseaba, sino un hombre con potencialidad interna. En el texto del encabezado vemos la directriz de Dios con respecto a la nueva elección, y ésta se basaba en un carácter conforme a lo que Dios mismo aprecia. El Señor había encontrado un rey potencial del que nadie todavía se había percatado. Esta fue la orden de Dios: “Y el Señor dijo a Samuel: ¿Hasta cuándo te lamentarás por Saúl, después que Yo lo he desechado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite y ve; te enviaré a Isaí, el de Belén, porque de entre sus hijos he escogido un rey para Mí” (1 Sam. 16:1).
Cuando llegó a la casa de Isaí, Samuel, como buen humano, se fijó en lo que podría ser lógico. Eliab, el primogénito, podría ser el indicado, pero el Señor le dijo que no lo era. Luego pasaron los siete hijos siguientes, y el Señor dijo que no en cada uno de ellos. Samuel tuvo que preguntar: “...¿Son éstos todos tus hijos? Isaí respondió: Aún queda el menor, es el que está apacentando las ovejas. Samuel insistió: Manda a buscarlo, pues no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga acá” (1 Sam. 16:11). David llegó a la presencia de Samuel y seguramente el profeta se preguntó: ¿Este es el que ha escogido el Señor? ¿Otro niño bonito? Esto es lo que vio Samuel: “... y era rubio, de ojos hermosos, y bien parecido…” (1 Sam. 16:12b). David era el escogido, y Samuel, sin entender nada, lo ungió discretamente como el nuevo rey de Israel.
¿Qué potencialidades no vio Samuel a primera vista? El resto de nuestra lectura nos da algunos vistazos del corazón y el talante del joven David. Cuando Saúl estaba buscando un músico que toque para él, un criado le informó: “...Yo he visto a un hijo de Isaí, el de Belén, que sabe tocar, es poderoso y valiente, un hombre de guerra, prudente en su hablar, hombre bien parecido y el Señor está con él” (1 Sam.16:18). ¡Tremendo Currículum! Y lo más importante, todas estas cualidades estaban en David no producto de que era el rey, sino porque era un rey en potencia, aunque todas estas virtudes estaban todavía escondidas a la vista de los demás hombres. Cuando se presentó una nueva batalla contra los filisteos, David se quedó cuidando las ovejas mientras sus hermanos mayores partían a la batalla. Un día su padre lo envió al campo de batalla, pero no a pelear, sino a informarse del estado de sus hermanos y entregarles algunos presentes y comestibles.
Fue allí donde escuchó a Goliat provocando temor con sus insultos y amenazas a todo el ejército de Israel. Mientras los muy curtidos soldados de Israel temblaban de miedo, este adolescente se llenaba de ira ante la osadía del filisteo y decía: “...¿Quién es este Filisteo incircunciso para desafiar a los escuadrones del Dios viviente?...Y dijo David a Saúl: No se desaliente el corazón de nadie a causa de él; su siervo irá y peleará con este Filisteo” (1 Sam. 17:26b,32). ¿Fueron sus palabras solo una desproporción juvenil? ¿Sus altisonantes términos tendrían algún asidero con la realidad?
Hay mucha gente que cree tener potencial pero nunca ha pasado más allá de sus palabras o su imaginación, nunca han sometido a una prueba veraz aquello que consideran como una virtud o un talento personal. Podría parecer que David se deja llevar por su apasionamiento e inexperiencia y Saúl no duda en corregirlo: “...Tú no puedes ir contra este Filisteo a pelear con él, porque tú eres un muchacho y él ha sido un guerrero desde su juventud” (1 Sam. 17:33). Sin embargo, David da cuenta que su potencial ya está en uso: “...Su siervo apacentaba las ovejas de su padre, y cuando un león o un oso venía y se llevaba un cordero del rebaño, yo salía tras él, lo atacaba, y lo rescataba de su boca; y cuando se levantaba contra mí, lo tomaba por la quijada, lo hería y lo mataba. Su siervo ha matado tanto al león como al oso; y este Filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha desafiado a los escuadrones del Dios viviente. Y David añadió: El Señor, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, me librará de la mano de este Filisteo. Y Saúl dijo a David: Ve, y que el Señor sea contigo” (1 Sam. 17:34-37).
Todos nosotros conocemos la historia de David y Goliat. El joven y valiente David se enfrentó al filisteo y lo venció con un certero tiro de su honda. Pero lo que pocos saben es que su potencial no empieza allí, sino en lo secreto de su propia vida, cuando sometió a prueba su propia valía, allí donde nadie lo observaba, solo el Señor quien iba perfeccionando su propio carácter.
Todos nosotros tenemos algún tipo de potencial, todos nos sabemos útiles para algún tipo de labor, pero así como el músico potencial no será una estrella hasta que no haya pasado días, meses y años enteros ensayando y ensayando en la soledad del estudio y bajo el análisis del maestro, así también nosotros nunca podremos descubrir lo que en verdad llegaremos a ser hasta que no salgamos de los linderos de nuestra bien protegida imaginación. Al someter a prueba nuestros anhelos, podremos saber lo que verdaderamente somos, nunca antes. Ninguna sinfonía de Bethoven salió de su potencial únicamente. Más bien, fue cuando el potencial se transformó en esfuerzo, dedicación, ánimo y estudio es que la sinfonía se hizo realidad.
Pero también es posible que tú estés sintiendo que no tienes ningún potencial, que no hay nada valioso en ti que pueda extraerse de tu corazón. Pues déjame decirte que el Dios de los cristianos nunca deja a sus hijos sin potencialidad. Muchos de nosotros llegamos a Él completamente destrozados anímicamente, con todas nuestras potencialidades aniquiladas y aun nuestros sueños deshechos. Pero Jesucristo entró en nuestra vida y como un gran maestro nos transformó y discipuló para poder alcanzar nuevas potencialidades. Y de esta obra maravillosa cada cristiano puede dar testimonio. Así se lo contó el apóstol Pablo a su amigo Timoteo:
“Doy gracias a Cristo Jesús nuestro Señor,
que me ha fortalecido, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el
ministerio, aun habiendo sido yo antes blasfemo, perseguidor y agresor.
Sin embargo, se me mostró misericordia porque lo hice por ignorancia en
mi incredulidad. Pero la gracia de nuestro Señor fue más que abundante,
con la fe y el amor que se hallan en Cristo Jesús. Palabra fiel y digna
de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los
pecadores, entre los cuales yo soy el primero. Sin embargo, por esto
hallé misericordia, para que en mí, como el primero, Jesucristo
demostrara toda Su paciencia como un ejemplo para los que habrían de
creer en El para vida eterna.” (1 Tim. 1:12-16).
En Cristo no hay cristiano sin potencial, porque Él es potencia para cada uno de nosotros.





